sábado, 20 de abril de 2024

CUARTO DOMINGO DE PASCUA (B)

 TÚ ERES NUESTRO BUEN PASTOR


COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

    Este cuarto domingo de Pascua es conocido como el Domingo del Buen Pastor, porque se lee el evangelio de Juan en el que Jesús se llama así a sí mismo: “Yo soy el Buen Pastor”. Para las personas que vivan en grandes ciudades o que no hayan visto de cerca la labor de los pastores con su rebaño puede que resulte una imagen extraña. Hasta puede que a algunos lo de ser rebaño les suene mal, a alienación y falta de autonomía. Pero, desde luego, aquellos que le oían, lo entendían perfectamente.

    De hecho fue la primera imagen con la que Jesús fue representado ya en el siglo segundo en las catacumbas. Cuando aún no se le había representado nunca como crucificado, ya existían imágenes cristianas de Jesús como pastor cargando a hombros una oveja.

    El pastor que vive bien su oficio, se hace uno con su rebaño, a él le dedica su día, comparte su suerte en el campo; si cae la lluvia se moja también, si es un sol aplastante también él pasa calor. Y el rebaño constituye su preocupación constante: buscar dónde hay agua, buscar donde hay sombras, donde estarán los mejores pastos, protegerlo de las fieras… Así hemos visto vivir tantas veces a los pastores de nuestros pueblos.

    Ya en el Antiguo Testamento se habla de Dios como el pastor de su pueblo, tal y como aparece en el precioso salmo 22 “El Señor es mi pastor, nada me falta…” Y se dice que los reyes han de pastorear a sus súbditos a imagen de Dios Pastor bueno.

    Pues el Señor Jesús no es solo un pastor, sino el Buen Pastor, el mejor de los pastores posibles. Él mismo lo resume en dos expresiones: él “nos conoce” y “da la vida por nosotros”.

    Nos conoce, es decir que para Dios y para su Hijo Jesucristo no somos simples números, no somos sin más la masa humana. Cada uno de nosotros le importa, sabe mejor que nosotros mismos de nuestras tristezas, de nuestras preocupaciones y angustias. Por eso Jesús nos dijo que para hablar con el Padre no necesitábamos usar de muchas y grandes palabras, ya que él lee siempre en lo profundo de nuestros corazones. No somos anónimos, sino hijos amados. 

    Hay tantas personas que hoy dicen: “nadie me comprende” o “no cuento para nadie”; pues bien digámosles los creyentes que no es cierto, porque cada uno le importamos a este Buen Pastor.

    Pero también dice “y las mías me conocen”; tenemos que conocer a este Pastor nuestro, estar cerca de él, escuchar su voz, sentir su presencia viva. Para conocerle tanto como él nos conoce, tenemos que tratarle, que es como se conoce a los amigos: escuchar, leer y meditar su Evangelio, tener ratos de oración ante la Eucaristía o en el silencio de nuestras casas, tratarle en la comunidad cristiana porque "donde están reunidos en mi nombre allí estoy yo", nos ha dicho. ¿Tengo interés en conocer a fondo al Buen Pastor?

    Da la vida por nosotros. Para Jesús es muy distinta la actitud del pastor que quiere de verdad a su rebaño, a la de aquellos que son simples asalariados, a los que solo les importa el jornal pero no el rebaño. 

    Pastores del pueblo de Israel eran, al menos en teoría, sus dirigentes: los sacerdotes, los escribas y fariseos. Pero, en la realidad, a ellos no les importaba nada lo que les pasara a los leprosos, a las viudas, a los pobres. De hecho Jesús pronuncia estas palabras justo después de dar la vista a un ciego de nacimiento al que, por contraste, las autoridades religiosas, se dedican a interrogar con dureza.

    Este Buen Pastor, crucificado por amor y ahora resucitado, está y estará con nosotros hasta el final de los tiempos, según su promesa. Y no deja de conocernos, cuidarnos, pastorearnos. Lo hace mediante su Palabra y sus sacramentos.

    Y a través de sus discípulos, todos colaboramos con el amor y la preocupación del Buen Pastor cuando nos cuidamos los unos a los otros, cuando tratamos de que nadie se quede olvidado. 

    Es lo que hizo Pedro, que, en el nombre de Jesús cura a un tullido, aunque eso le traiga luego consecuencias como ser interrogado en el tribunal por haber hecho algo en nombre del crucificado Jesús, cuyo nombre quieren hacer desaparecer. Pedro, en lugar de defenderse a sí mismo, aprovecha la ocasión para predicar: “ese que creíais que era la piedra desechada es ahora la piedra angular”, sin la cual nada puede construirse ya.

    ¿Nos creemos esto, lo que hemos repetido en el salmo? Que Cristo Buen Pastor es la piedra angular y que, sin él, todo lo que construyamos en la vida carece de valor y de sentido y se derrumba como un arco de piedras al que le falta la piedra clave.

    Ya somos hijos de Dios, hijos amados, dice el apóstol san Juan, y aún no se ha manifestado lo que seremos. Seremos semejantes a él, transformados, hechos de nuevo como ni podemos siquiera imaginar. Esto no son ilusiones vanas, sino promesas del Buen Pastor que sabemos que se cumplen porque su amor es real, hasta dar la vida por cada uno de nosotros.

    Sigamos viviendo este domingo del Buen Pastor. Aprovechemos para orar por las vocaciones como se nos pide en esta jornada eclesial: que haya muchos amigos de Jesús que descubran que cuenta con ellos para ser buenos pastores que, como él, amen y den la vida por su pueblo.

 

sábado, 13 de abril de 2024

TERCER DOMINGO DE PASCUA (B)

              VOSOTROS SOIS TESTIGOS

COMENTARIO  A LAS LECTURAS DE LA MISA

Continuamos adelante en el camino alegre del tiempo pascual. Si hay algo que se repite en las lecturas de la misa durante la Pascua son las apariciones de Cristo Resucitado a sus discípulos. El Señor se empeña en hacerse presente entre ellos, en manifestarse en muchos lugares y ambientes; no se cansa de darles pruebas de que vive. Y también se les manifiesta por el camino, como a los dos que regresaban decepcionados desde Jerusalén a su aldea de Emaús.

Y es que, aunque a veces pensemos que los discípulos ya creían en su resurrección, lo cierto es que les costó aceptar que el Maestro, al que habían visto morir en la cruz, al que habían enterrado, ahora viviera… podían creer que era la aparición de un espíritu o que eran alucinaciones de unos o de otros.

Pero que estuviese vivo, con su mismo cuerpo crucificado y ahora transformado, les resultaba casi imposible. Por eso, y durante cincuenta días, que es lo que dura nuestra Pascua, se les manifestó una y otra vez.

Como en el evangelio de este domingo tercero: a pesar de que los dos discípulos de Emaús han vuelto contando su encuentro con un peregrino misterioso que era el Señor y cómo le habían reconocido al partir el pan, ellos todavía desconfían. Y cuando se presenta en medio de ellos y les saluda con el saludo pascual “Paz a vosotros”, en lugar de alegrarse se aterrorizan.

Es necesario que Cristo les enseñe, otra vez, las marcas que ha dejado la crucifixión en su cuerpo y que coma con ellos para que, por fin, entiendan que no es un fantasma, que no deben temer, que se trata de algo infinitamente más grande y hermoso: Dios Padre, que todo lo puede, ha devuelto a la vida a su amado hijo Jesús, que aceptó la peor de las muertes por amar hasta el extremo, hasta dar la vida en rescate nuestro.

Y, a continuación, hace algo tan necesario como mostrarles su cuerpo glorioso: abrirles la inteligencia para que comprendan que la Palabra de Dios, las Escrituras, ya anunciaban todo lo que ha pasado, la pasión, muerte y resurrección del Salvador. Pero como las leían sin esta luz de la fe que da el Resucitado, no podían entenderlas.

            Es verdad que nosotros no podemos ver en persona a Jesús, tocarle y comer con él, pero tenemos fe en su presencia real, aunque invisible. No estamos celebrando solamente que hace dos mil años resucitó y que el sepulcro estaba vacío, sino que sigue vivo, aunque no lo veamos y que está con nosotros hasta el fin de los tiempos, según nos prometió.

Tenemos para reconocer su presencia viva lo mismo que han tenido los cristianos de todos los tiempos, también los mejores como san Agustín, san Francisco, santa Teresa de Jesús o la Madre Teresa de Calcuta: la comunidad cristiana, su Palabra viva y sus signos en los sacramentos, especialmente en la Eucaristía.

Es en la Misa donde el Señor nos explica las Escrituras y come con nosotros, o mejor, se deja comer por nosotros como Pan Vivo. Y también a nosotros nos dice: La paz a vosotros. No tengáis miedo, soy yo, en persona.

Por difíciles que sean estos tiempos y por fuertes que se nos presenten los interrogantes y los motivos de duda que quitan la tranquilidad, en esta celebración pascual tendríamos que dejarnos contagiar de la vida del Resucitado e imitar el ejemplo de aquella primera comunidad que, mucho más que nosotros, vivió unos tiempos nada fáciles. Y ahí están las persecuciones, precisamente, por profesar y defender la fe en el Cristo resucitado.

El apóstol Pedro, en la primera lectura, nos da un admirable ejemplo de coherencia y valentía. Hacía pocos días había negado que conociera a Jesús y, en el momento de la cruz, había huido, como casi todos los demás discípulos, acobardados. Pero ahora él y los otros apóstoles han tenido la experiencia de la Pascua, se han visto inundados por la fuerza del Espíritu y llenos de fuerza, se atreven a decir ante todo el pueblo: vosotros matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó… y nosotros somos testigos de ello.

Cristo ha querido que todos nosotros seamos testigos creíbles en todos los aspectos de la vida cristiana, guardando su palabra y viviendo el amor fraterno: quien guarda su Palabra, el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud.

sábado, 6 de abril de 2024

SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA (B)

 PAZ A VOSOTROS

COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

Hoy seguimos felicitándonos como en la noche del Sábado Santo: ¡Feliz Pascua, el Señor ha resucitado! Un acontecimiento tan maravilloso como este, que lo cambia todo, no puede quedar reducido a un solo día. Por eso lo celebramos durante cincuenta días, hasta Pentecostés.

Hoy es el segundo domingo, llamado el Domingo de la Divina Misericordia. El Señor resucitado muestra su misericordia al manifestarse a los apóstoles, muertos de miedo y llenos de dudas. A pesar de que podría haberles reprochado, con razón, que le han abandonado cuando fue apresado y crucificado, que no han dado su vida por él, como había dicho Pedro, no lo hace. En cambio, lleno de amor, les saluda con palabras de consuelo: “Paz a vosotros”, les dice por dos veces.

Aunque Cristo ha vencido la muerte, ellos continúan viviendo en la oscuridad, con las puertas cerradas. Se suele decir que “el miedo es libre” ... pero no es así, porque el miedo no libera, sino que encierra y esclaviza. Lo que libera es el amor y Jesús quiere discípulos libres: sopla sobre ellos y les envía el Espíritu Santo.

Lo hace para que ellos, a su vez, lleven liberación a otros: a quienes perdonéis los pecados les quedan perdonados. No hay peores cadenas que las que se llevan por dentro, invisibles pero paralizantes. Una cadena interior muy fuerte es el pecado, que se manifiesta a veces de modo visible en cadenas como las adicciones, las violencias, las codicias, etc. El Señor resucitado quiere desatar en nosotros todas esas ataduras y, para ello, dejó en su Iglesia, por medio de los apóstoles un sacramento de misericordia: la reconciliación.

El apóstol Tomás representa al creyente que duda. Ni con el testimonio de sus compañeros se fía de que sea verdad la resurrección; necesita tocar, palpar, ver por sí mismo. Y el Señor se deja tocar y le deja poner sus manos de incrédulo en aquellas llagas que, al quedar impresas en su cuerpo resucitado, dejan ver para siempre el amor hasta el extremo que le ha llevado hasta la cruz. Alguien dijo que este evangelio nos recuerda dónde podemos encontrar al Resucitado hoy y siempre:

En las llagas: es decir, en el dolor humano. En los hermanos que sufren en el cuerpo o en el espíritu, en este mundo llagado del dolor siempre encontraremos a Jesucristo. Y si huimos de las llagas de los hermanos, porque nos da miedo sufrir con ellos, nos perderemos su presencia.

En la comunidad: aunque estemos con miedos o con cansancios, como estaban ellos. Si estamos reunidos en su nombre él estará entre nosotros, nos dará su Espíritu Santo y su paz. Así es como vivían los primeros cristianos, nos ha dicho la primera lectura, con unidad entre ellos: pensaban y sentían lo mismo y tenían todo en común. Si, en cambio, queremos vivir la fe aisladamente, nos perderemos su presencia.

El apóstol san Juan afirma en la segunda lectura que quien cree que Jesús es el Cristo, es decir quien cree de corazón que este mismo que murió en la cruz es el salvador esperado y enviado por Dios, ha nacido de Dios y vence al mundo.

¿Qué significa vencer al mundo si vivimos en él todos nosotros? Significa vivir en él, pero de un modo distinto, con los valores del Evangelio. Eso es vencer el mundo: vivir en él, pero luchando contra los anti-valores que impiden el reinado de Dios: el egoísmo, el odio, la codicia, el materialismo.

El mismo apóstol sigue diciendo que la victoria la trae Jesucristo con agua y con sangre, es decir, con el bautismo y con la eucaristía.

Por el bautismo fuimos regenerados, hemos nacido de nuevo a la vida de los hijos de Dios. Tenemos ya la fuerza del Espíritu Santo, que va creando en nosotros un hombre nuevo según la imagen del único hombre nuevo: Jesucristo. Por esto cada domingo de Pascua renovamos nuestro bautismo con el signo del agua.

Y la eucaristía, su cuerpo y sangre entregados, nos sirve de alimento de vida y bebida de salvación para este largo y precioso camino de transformación.

Aunque tengamos dudas, como el apóstol Tomás, el Señor resucitado cuenta con nosotros para llevar ilusión y confianza a nuestro mundo, para anunciarle la única buena noticia que puede transformar los corazones: ha resucitado y está con nosotros hasta el fin de los tiempos.

Dichosos los que creamos sin haber visto.

sábado, 30 de marzo de 2024

DOMINGO DE PASCUA (B)

 NO ESTÁ AQUÍ, ¡HA RESUCITADO!

COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

    Hoy es el domingo más importante del año, la fiesta de las fiestas: es la Pascua. Celebramos, llenos de alegría, que la vida ha vencido la muerte, que el Señor ha resucitado. Todos los demás domingos del año serán un eco de este.

    Desde el Domingo de Ramos hasta hoy hemos podido vivir, con sencillez y en parroquia, los días más decisivos en la vida de Cristo y los días más importantes en nuestra fe cristiana. No ha sido un simple recuerdo de hechos del pasado ya conocidos, sino una actualización; lo que ocurrió entonces se ha hecho presente para nosotros: le hemos acompañado en el cenáculo para comer la última cena pascual, hemos acompañado su tristeza y oración en el huerto de Getsemaní, su camino hacia el Calvario y su Pasión y Muerte.

  ¡Qué suerte hemos tenido de poder vivir un Triduo Pascual centrados en lo verdaderamente importante, en acompañar al Señor y agradecer su redención conseguida en la cruz! Sin preocuparnos de lo externo, de conseguir masas de gente o de tener un impacto mediático…

    Por eso ahora nos llenamos de alegría con su resurrección. La resurrección es la prueba definitiva de la verdad de toda la persona de Cristo; si no hubiese resucitado, sería un profeta más, un hombre bueno con un gran mensaje al que, como a tantos otros antes, el mal y la injusticia acallaron y vencieron.

    Pero si ha resucitado, tal y como había anunciado que el grano de trigo tenía que ser sepultado en la tierra para dar fruto abundante, entonces es que todo lo que dijo antes es cierto: realmente él es el Hijo de Dios, el Salvador que nos puede dar la vida eterna.

    En el evangelio hemos escuchado que María Magdalena se acerca al sepulcro a realizar un último gesto de amor con el cuerpo muerto de su querido y admirado Jesús. Sólo quiere terminar de ungir su cadáver, porque las circunstancias tan duras que han vivido con la crucifixión no se lo han permitido.

    Ni se le pasaba por la cabeza que hubiera resucitado, como tampoco al resto de apóstoles, que han huido a donde han podido para llorar la muerte y el fracaso de Jesús y pensar en cómo retomar ahora su vida.

    Cuando ve la losa del sepulcro quitada, que nadie podría haber movido, corre a anunciárselo a Pedro y a Juan. Estos corren a comprobarlo y, al llegar, ven los lienzos tendidos y el sudario enrollado. La traducción del texto al castellano no refleja lo que dice la palabra original: ven los lienzos que se enrollaban alrededor del cadáver “vaciados”, tal y como se queda una pupa cuando la mariposa la ha abandonado. Nadie podría haber robado el cuerpo y haberlo dejado así. Y nadie habría entrado a robar y habría dejado la valiosa tela del sudario abandonada.

    Por eso “ven y creen”. Creen y, por fin, logran entender la Palabra de Cristo que ya les anunció repetidamente su resurrección: “destruid este templo y al tercer día lo levantaré de nuevo”.

    ¿Qué significa para nosotros la resurrección de Jesucristo? La respuesta es así de clara: todo. Si él ha vencido a la muerte, significa que tenemos la esperanza de una vida nueva. Si ha resucitado entonces estamos salvados de la muerte y del pecado, que, aunque sigan teniendo poder sobre nosotros, ya no son definitivos, están vencidos por la resurrección.

    Dos son los grandes signos de la celebración de la Pascua que nos acompañarán hasta la fiesta de Pentecostés: la luz del cirio y el agua bautismal.

    La luz del cirio, que encendimos anoche en la Vigilia pascual, es la luz del resucitado que ilumina la oscuridad del mundo. ¿Qué oscuridad tan grande habría en este mundo y en nuestros corazones si el Señor no hubiese vencido a la muerte? No habría esperanza para nosotros; solo nos quedaría distraer la vida, intentando no pensar que todo se va a acabar definitivamente. Por desgracia muchos de los que nos rodean viven así, en la tiniebla y es nuestro deber compartirles la luz del Resucitado.

    El agua bautismal es la que nos ha hecho renacer, nos ha dado la vida nueva de los hijos de Dios. Por eso en estos domingos de Pascua la recibimos y renovamos así nuestro bautismo con sus compromisos.

    San Pablo nos invita a vivir ya como resucitados, nacidos de la Pascua: Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allí arriba, no los de la tierra.

    ¿Cómo es mi modo de vivir, como alguien que tiene la esperanza de la resurrección de Cristo en su vida o la de alguien distraído en los bienes efímeros que pasan y que nos distraen de los esenciales?

Feliz Pascua, hermanos.

Cristo ha resucitado y nosotros también con él.

 

sábado, 23 de marzo de 2024

HORARIOS ABRIL 2024

 II DOMINGO DE PASCUA
Domingo de la Divina Misericordia

SÁBADO 6

18 H. VILLARRODRIGO (Misa vespertina)

DOMINGO 7

11 H. VILLAMOROS

12 H. ROBLEDO

13 H. VILLANUEVA (Celebración de la Palabra)

13 H. VILLAOBISPO


UNCIÓN COMUNITARIA PARA ANCIANOS Y ENFERMOS 

MIÉRCOLES 10 DE ABRIL A LAS 6 DE LA TARDE 

(Capilla Hijas de la Caridad de Villaobispo)


III DOMINGO DE PASCUA

SÁBADO 13 

18 H. VILLANUEVA (Misa vespertina)

DOMINGO 14

11 H. VILLAMOROS

12 H. ROBLEDO (Celebración de la Palabra)

12 H. VILLARRODRIGO

13 H. VILLAOBISPO 


IV DOMINGO DE PASCUA

SÁBADO 20

18 H. VILLAMOROS (Misa vespertina)

DOMINGO 21

11 H. VILLANUEVA

12 H. ROBLEDO 

12 H. VILLARRODRIGO (Celebración de la Palabra)

13 H. VILLAOBISPO


V DOMINGO DE PASCUA

SÁBADO 27

18 H. ROBLEDO (Misa vespertina)

DOMINGO 28

11 H. VILLAMOROS

12 H. VILLARRODRIGO 

13 H. VILLAOBISPO (Celebración de la Palabra)

13 H. VILLANUEVA 


sábado, 16 de marzo de 2024

QUINTO DOMINGO DE CUARESMA (B)

    ESTA SEMILLA MUERE PARA DAR MUCHO FRUTO


COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

    Nos acercamos al final de la Cuaresma; ya llegan los días más importantes del año cristiano, para los que nos hemos estado preparando: la Pascua, la Pasión, muerte y resurrección de nuestro Salvador Jesucristo.

    En este domingo quinto, el anterior al Domingo de Ramos, Jesús anuncia su cercana muerte. Lo hace ante la pregunta de unos extranjeros que, con motivo de la Pascua judía, habían llegado a la ciudad. Jerusalén se llenaba de peregrinos llegados de todas partes; como en todas las fiestas religiosas, tal y como ocurre con nuestra Semana Santa, los intereses y creencias se mezclan. Algunos de los que allí estaban eran verdaderos peregrinos religiosos, otros simples turistas llevados por el deseo de vivir la fiesta en una ciudad llena.

    El evangelio nos habla de dos griegos que querían ver a Jesús; eran dos extranjeros creyentes en la fe de Israel, a los que se llamaba “temerosos de Dios” y que se podían considerar como judíos de segunda categoría. Habrían oído hablar de Jesús, el profeta galileo, y le piden a uno de sus discípulos, Felipe, poder verlo y estar con él. Se lo piden a él porque era griego como ellos, así que podía hacer de mediador.

    No sabemos si Jesús finalmente se encontró con ellos; pero aquella petición fue la ocasión de que Jesús enseñase a sus discípulos cuál es el sentido de su vida y cuál será el sentido de su muerte en cruz. Él no ha venido enviado por el Padre a triunfar humanamente con un éxito militar o político, sino a salvarnos dando su vida, como el grano de trigo que cae en tierra y parece desaparecer, aunque realmente está sembrándose para dar fruto abundante de vida.

    Jesús pasó así por el mundo haciendo el bien, olvidándose de sí mismo para vivir por los demás, por Dios y por los hermanos, especialmente los más pequeños y los que más sufren. Fue grano de trigo con su vida y con su muerte, pero su entrega no queda infecunda, produce salvación y vida eterna si creemos en él y vivimos haciendo de la vida un servicio como él: El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo honrará.

    La segunda lectura de hoy, tomada de la Carta a los Hebreos, nos ha dicho que Jesús siendo Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se convirtió, para todos los que lo obedecen, en autor de salvación eterna.

    El mismo Jesús, siendo Hijo de Dios, buscó obedecer en todo al Padre, seguir hasta el fin su plan salvador, aunque eso suponía la muerte en cruz, rechazado por todos e incluso abandonado por sus discípulos. Podía haber escogido un camino más fácil o abandonar la misión que se le había encomendado, que era con lo que le tentó el demonio en el desierto al comenzar su vida pública. Pero no lo hizo, permaneció fiel hasta el final.

    Tenemos que reconocer que muchas veces los caminos de Jesús no son los nuestros, tenemos que reconocer que, aunque nos digamos sus discípulos, no siempre le entendemos ni compartimos con él su modo de pensar y de vivir. A veces pensamos que no se puede seguir su evangelio en este mundo actual en el que o pisas o te pisan… o subes tú o suben otros en tu lugar.

    Por esto comenzamos siempre la Eucaristía pidiendo perdón, diciéndole al Señor, ten piedad porque no vivimos y actuamos como tú, como la ley santa que has inscrito en nuestros corazones: ¡Oh, Dios, crea en mí un corazón puro!, como pedimos hoy con el salmo.

    Podemos preguntarnos personalmente: ¿Qué he descubierto durante esta Cuaresma, guiado por la Palabra de Dios, que debo cambiar? ¿Qué criterios, valores, formas de pensar y de actuar tengo que no son los de Jesús, que no son ni evangélicos ni cristianos?

    Es importante preguntárselo, porque Jesús nos dice hoy: El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna. Es decir, el que quiere vivir dejando de lado a Jesucristo, el que quiera vivir solo para sí mismo, echa su vida a perder, ahora y para la eternidad; en cambio, el que vive según el Evangelio, se guardará para la vida eterna.

    La conversión cristiana es darse cuenta de aquello que es pecado, que nos quita vida, alegría, paz, que va contra la Alianza de amor de Dios y pedir perdón con la ayuda de su gracia. Tenemos el sacramento de la Reconciliación donde celebramos el perdón de Dios y nos sentimos profundamente renovados, acogidos, levantados. Será el broche de oro, el mejor de los cierres posibles para el camino cuaresmal. 

    En nuestras parroquias lo celebraremos el Lunes y Martes Santo. Ya nos tenemos que preparar desde ahora haciendo el examen de conciencia, con toda paz y confianza, sabiendo que, en esta celebración, por medio del ministerio del sacerdote, nos encontramos con el amor entrañable de Dios, que nos comprende, es compasivo y misericordioso.

 

CUARTO DOMINGO DE PASCUA (B)

 TÚ ERES NUESTRO BUEN PASTOR COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA      Este cuarto domingo de Pascua es conocido como el Domingo del Buen Pa...